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He tardado en crear un espacio donde escribir historias, reflexiones, cuentos, anécdotas, escribir sobre música, tecnología, la gente que quiero... pero aquí estoy.

Soulmates Never Die, por si alguien se lo está preguntando... es un guiño a mi grupo fetiche, Placebo, y esconde un significado bonito, profundo...



miércoles, 19 de octubre de 2011

Aspas

Hace poco encontré por casualidad este cuento corto que escribí hace ya varios años. En esta historia, jugaba con esa pregunta existencial de ¿Qué hay después de toda esta función que es la vida tal y como la conocemos? y le doy una posible respuesta mientras describo la angustia que debe producir sentirse viejo, solo...



                                                    ASPAS

                                                   

¿Quién va?

Lo que va , viene. Hoy las aspas pesan.

Una muñeca de trapo con los dientes blancos, un duende cristal, los elefantes porcelana en procesión y un viejecito que espera que la muerte le lleve con los suyos. Esa mirada atrás le delata. Todo daba a la calle por el agujero de la pared. La pared de esa casa, habitación del pasado, habitación del olvido.

El vientre arrugado, el ombligo perdido. Piel abandonada. Tatuaje ignorado.

El molino de tiempo da sus ultimas vueltas. Antaño, giró fuerte; hoy las aspas pesan.


La ventana entreabierta. Esa mezcla de aire nuevo y decrépito aliento. Inhóspito silencio entre susurros del pasado. Voces que ya no oye, gente que ya no está...  Sólo está el sol y la luna y el polvo con aire que sigue pasando por esa ventana. Ya no sale, ya no entra. Sólo recuerda.

Siempre le gustó pescar. En la mesa hay libros de pesca llenos de polvo. Son libros disecados. Siempre le gustó pescar y nunca pudo pescar. Pero el suelo está lleno de libros de pesca.


En su rostro de pergamino, de mirada triste, nostálgica, aparece escrita la lección que la vida le enseñó. "El precio del tiempo, lo pone uno mismo", se repetía a él mismo, mientras movía los labios en un susurro. Un niño  con un helado de cucurucho lo mira por la ventana. Hace calor y el chocolate cae por su mano y mancha sus zapatillas y su camiseta en la que aparece un pescador. La mancha de chocolate tiene forma de pez. Un pez enorme y marrón. Después de una chupada muy sonora, el niño le pregunta.... abuelo... ¿Por que compraste el tiempo tan caro?. El viejo lo mira. El viejo no tiene nietos. El viejo no tiene nada, salvo un pasado. La música de los Stones suena.


No siempre fue así. El quería ser pescador. Lo vio escrito en un barco a través de una botella de cristal. Se imaginaba dentro. Ese mundo, dentro de la botella,  era suyo. Ahí el tiempo  pasaba, pero era gratis.  Se perdía esa dimensión que tenemos fuera de la botella,  en la cual el tiempo que va pasando solo sirve para decir “Joder,  ya no tendré oportunidad de....”  .

Dentro de la botella sus amigos no se iban sin poder decir siquiera “amigo, la muerte viene y me acompaña a su infinita morada”. ¿Cómo podrá caber tanta gente en la casa de la muerte?. Siempre entrando gente, y nadie sale. Se debe estar cómodo allí, pensaba el viejo. Y se imaginaba a su compañero de dominó en la habitación 514, y a sus compañeros de tragos en la 515 y 516 y a Pili en la última del pasillo. Y hacía planes de pesca con ellos y pescaban el atún más grande, y pescaban 15 botas, y se le oía salir de la última habitación del pasillo en mitad de la noche. Sí, el viejo parecía tenerlo claro. Hoy rompería las aspas de su molino. Demasiado tiempo esperando a que se paren.


En la mesa de la cocina había tres botellas. El ácido olor de la leche cortada se mezclaba con el olor a estofado recién cocinado que venía de la  derecha, con el olor a compota de manzana que venia de la izquierda y con el olor a sexo que venia de la sala–X de detrás. A él siempre le fascinó el aroma que venia del frente, el que se colaba por esa ventana entreabierta. Venía de una isla lejana, inalterado a pesar de su lejanía. Aroma a piratas, a tortugas y tiburones, a palmeras con bolas de cañón, a galeones con cocos, a capitán Garfio, a ron....


Si no hubiera existido la figura del pescador hubiera querido ser pirata.

Si, se decía a si mismo el viejo, cuando me aloje en la casa de la muerte, pediré a mi anfitriona un parche y me haré pirata de barco fantasma. Al fin y al cabo, ya era un fantasma, vivo, pero un fantasma.

 El gas seguía saliendo por los quemadores de la cocina, pasaba por entre las tres botellas de leche caduca e inundaba la sala, despacio pero constante, sin pausas. El viejo cada vez parpadeaba menos, sus ojos cada vez más vítreos y una sonrisa que nacía en su boca. Ya veía la sombra de la muerte a lo lejos. La niebla o el humo o quizá era el gas, le impedía distinguirla bien. Era una mujer o ¿era un hombre?. Tenía un rostro neutro, de adolescente. Siempre imaginó que la muerte era un ente anciano, casi consumido. 


- ¿Quién eres? preguntó el viejo.

- “Soy quien llamaste”

- No, yo llamé a tu abuelo

- La muerte no muere, ni se reproduce, no lo necesita. Está muerta.

- Entonces, llévame ya contigo. Ya cogí el cepillo de dientes.



Nunca pensó que el mundo de la muerte se encontraba al otro lado del espejo. Frente a un vivo hay siempre un muerto. Se llega sin mediar un paso. La actividad es frenética. Continuamente pasa algo.


Todavía le quedaba por aprender el verdadero misterio de la muerte, aquel que todos ansiamos conocer, pero sin pagar por ello el precio de morir.

Bien, señores, pues está claro ... lo que ocurre al otro lado del espejo es que un muerto , muere cuando nace. Y entonces dijo el viejo...Realmente, ¿quién de los dos lados del espejo está realmente muerto? ¿Quién puede negar que un bebé que nace no deja un hueco en otro sitio? Puede que la sonrisa que aparece en el rostro de una nueva madre, se la esté hurtando a otra que pierde a su hijo en un trágico accidente.


El viejo nunca se imaginó que el sueño del gas le llevaría al mayor dolor que le podía invadir, el círculo, el agobio del no fin, del ser siempre . Ya no quiere ser pescador, ni jugar al dominó. Ahora quiere volver a la ignorancia de antes, a la limitación del no saber la respuesta al gran misterio. Pero las hojas del otoño ya pasaron por encima de su tumba, allá en el cementerio, allá en el otro lado del espejo.


El niño del cucurucho lo sabe. Es verdad, el no era su nieto. El abuelo no los tenía. El niño del helado se había anticipado a su tiempo. Los dos lados del espejo se habían encontrado. El viejo habita en el niño, pero no lo sabe.





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